Sra Presidenta de Costa Rica, Licenciada doña Laura Chinchilla
Sr Presidente de la Internacional Socialista, George Papandreou
Sr Secretario de la Internacional Socialista, Luis Ayala
Señores y señoras Vicepresidentes de la Internacional Socialista
Estimados compañeros y compañeras:
¡Sean muy bienvenidos a mi patria!
Mis primeras palabras son para felicitar a usted señor Presidente por la acertada forma en que condujo el gobierno en momentos de aguda crisis económica y política, no sólo mostró su gran capacidad como estadista sino su patriotismo y amor al pueblo griego.
Es un gran honor para Costa Rica ser la sede del Consejo de la asociación de partidos políticos más antigua y grande del mundo, que hoy reúne aquí a más de 200 representantes, comprometidos con los valores más elevados para mejorar nuestras sociedades.
Permítanme decirles unas palabras sobre mi país; un país con algunas particularidades. Vivimos en una tierra pequeña, fértil y volcánica, que ha destinado por voluntad una cuarta parte de su superficie a parques nacionales y reservas forestales. Aspiramos a ser carbono neutro para 2021, año del bicentenario de nuestra Independencia. No poseemos ejército, lo proscribimos constitucionalmente hace sesenta y dos años; durante ese período hemos estado forjando un estado de bienestar. Somos la más antigua y menos interrumpida democracia de América Latina.
Confrontamos desde luego, muchos de los difíciles problemas propios del subdesarrollo.
Algunos de ustedes me han preguntado ¿cómo ha sido la historia de ese proceso formador de la nacionalidad y la democracia?
Paradójicamente, en la pobreza y el aislamiento de Costa Rica durante el período colonial se encuentran los fundamentos primigenios de nuestra democracia. La falta de población indígena suficiente para aportar mano de obra esclava o barata, y la poca existencia de valiosos minerales como el oro y la plata, impidieron la acumulación de grandes riquezas entre los habitantes de esta tierra obligándoles al intercambio y la solidaridad en su convivencia. Las instituciones como la mita o la encomienda, ciertas formas de servidumbre de la colonia en América Latina, no se dieron en Costa Rica.
Así, una pequeña comunidad de seres humanos aislada del mundo y en estado de pobreza, desarrolló a lo largo del tiempo un férreo sentimiento de igualdad que acabó siendo característica esencial de nuestra idiosincrasia. De ese modo llegó 1821, año en que las provincias de la Capitanía General de Guatemala lograron su independencia y comenzaron a forjar sus estados nacionales.
El derrotero del desarrollo humano marcó el camino costarricense desde los albores de la independencia. Nuestro primer jefe de Estado –quien fue maestro y no militar- trazó el diseño de una nación pacífica y próspera en la medida de las condiciones geográficas imperantes, puente físico entre continentes y entre mares. Y a fe que se ha seguido esa ruta histórica, si bien con altibajos y, en años recientes, con viento en contra.
A mediados del siglo XIX, la existencia de la nación fue amenazada desde el exterior, cuando un ejército irregular de filibusteros, procedente de Estados Unidos, pretendió establecer en Centroamérica un régimen esclavista. Sin embargo, no contaron con que la apertura del mercado británico para el café de óptima calidad producido en los valles inter montanos, había generado suficiente riqueza que permitió levantar rápidamente un ejército de 9.000 hombres, listos para la defensa de la patria. Nuestro Libertador y Héroe Nacional, don Juan Rafael Mora, dirigió exitosamente a una nación de apenas 150.000 ciudadanos en la defensa de la soberanía. Esta Guerra Patria paró en raya el expansionismo del “destino manifiesto,” filosofía que alimentaba en algunos políticos norteamericanos sus ambiciones de dominio territorial sobre Hispanoamérica. Esta fue nuestra Segunda Independencia.
Superado el conflicto militar, el Presidente Mora logró restablecer el crecimiento de la economía, y declarar entonces… “el bienestar social que se disfruta en el país, donde la nivelación de las fortunas permite que el rico propietario, el artesano y el labrador, gocen en diversas escalas de las comodidades y de los placeres domésticos”... Como se ve, en 1859 ya se tenía una avanzada visión ética del progreso centrado en la persona humana, consustancial a la concordia de la solidaridad como valor fundante del ser costarricense, cuando de manera coincidente en Francia apenas comenzaba a hablarse del État-providence .
En tres décadas de la segunda mitad del siglo XIX se alternaron algunos gobiernos militares que por decisión de dirigentes políticos y presión popular fueron superados electoralmente por presidentes civilistas.
Por entonces empezó a germinar la idea de eliminar el ejército como institución permanente.
Fue así como en los años siguientes y en forma gradual, las fuerzas armadas perdieron influjo conforme el pensamiento se encauzaba hacia la educación, la salud y la infraestructura y a partir de 1887 se inicia la democracia política que perdura hasta hoy.
Durante la primera mitad del siglo XX un gran estadista presidió los destinos nacionales en tres cuatrienios alternos, don Ricardo Jiménez un liberal que en 1953 declaró como Presidente…“Los gobiernos de Costa Rica, desde hace muchos años, vienen aplicando soluciones socialistas” “No es posible acusarnos de que con glacial indiferencia hayamos puesto por obra una política que conduce a que los ricos se hagan cada vez más ricos y los pobres, cada vez más pobres”.
Empezando los años cuarenta se codificaron y ampliaron las leyes sociales en un Código de Trabajo, se elevaron a rango constitucional las Garantías Sociales y se creó la institución de seguridad social para la salud y las pensiones.
Y así llegamos al luminoso 1948, año de inflexión política, cuando un empresario agrícola, al desconocerse por el Congreso una elección legítimamente ganada por la oposición, empuñó las armas y encabezó una rebelión cívica que fundó lo que los costarricenses conocemos como la Segunda República. Ese hombre fue José Figueres Ferrer, don Pepe, como solemos llamarlo.
Su régimen revolucionario convocó una Asamblea Constituyente, nacionalizó los bancos, y las fuentes de energía eléctrica, levantó los jornales de los trabajadores, incluyendo los campesinos, regó por todo el país millones de plantas de café con nueva tecnología de siembra, consolidó las conquistas sociales, suprimió el ejército, entregó el gobierno seis meses antes de lo aprobado por la Constituyente y creó nuestro Partido Liberación Nacional.
A esas alturas de la historia aparecía incompleta nuestra democracia política si prevalecía la inequidad de género existente hasta entonces. Previo a 1953, año en que se instauró el voto femenino, ya la mujer participaba activamente en las luchas cívicas y en otras importantes manifestaciones de la vida nacional.
En muy corto plazo, después de su primer voto, nuestras trabajadoras y estudiosas mujeres ganaron curules en la Asamblea Legislativa, ocuparon ministerios y vicepresidencias, lograron la legislación de paridad en las listas electivas y para honra de esta Nación, por primera vez en la historia, se eligió en 2010 a una mujer en la Primera Magistratura: la Licenciada Laura Chinchilla Miranda
Nuestra agenda comprende tres temas vinculados entre sí. La difícil situación de la economía global se origina en fallas del mercado, principalmente del sistema financiero, que inciden en la estabilidad y la democracia social y a su vez la crisis afecta los recursos mundiales necesarios para atacar el cambio climático.
Ahora bien, la segunda mitad del pasado siglo dejó claro que la economía de mercado es la más efectiva ruta para el progreso material de los países. Muchos casos de la historia demuestran que es ese modelo, junto a la acción pública inteligente, y no la planificación compulsiva, el sendero exitoso para el crecimiento económico.
El ejemplo de la expansión económica de Alemania, como salida de un laboratorio de física es más que evidente: una misma cultura y nacionalidad, divididas en dos estados de diferentes sistemas durante cuarenta y cinco años, dieron resultados democráticos y económicos muy disímiles, que todos bien conocemos.
Pero la economía del mercado padece de dos malignidades genéticas, cuya aparición viene desde los albores del capitalismo: la inequidad distributiva y las crisis económicas. La primera afecta fuertemente a las sociedades en proceso de desarrollo, impidiendo la consolidación de democracias sociales inclusivas, como lo aspiramos los partidos políticos socialdemócratas. La segunda, ha azotado esporádicamente a la humanidad desde hace mucho tiempo y hoy tiene en vilo al mundo entero.
Refirámonos a la primera.
Un reciente estudio de la O.E.C.D. retrata la dispar brecha entre ricos y pobres tanto de las naciones desarrolladas como de varias emergentes.
El número de veces que la renta media del 10% más alto supera la renta promedio del 10% mas bajo, en la mayoría de países europeos está en un rango entre 7 y 10 veces, en tanto en las naciones de la periferia económica esa relación alcanza en 25 o más veces y aún en países considerados florecientes los más pudientes ganan hasta 50 veces más que los peor situados. El coeficiente de Gini, que mide la profundidad del desnivel distributivo se encuentra entre 0,25 y 0,30 en Europa, mientras que en el grupo de países en crecimiento un gran número muestran ese coeficiente por encima de 0,45.
¿Cómo es que tantos países dentro del esquema capitalista han alcanzado niveles envidiables en el reparto de la riqueza y maduras democracias sociales? ¿Qué hado maligno arrastra a las naciones emergentes por ese indeseable rumbo de la inequidad? Ninguno. Nada que no pueda superarse.
Debemos tener presente que en la economía de libre mercado la bonanza no se traslada de forma automática ni natural, a disminuir la gran brecha social; se requieren los correctores deliberados a la injusticia distributiva, en particular los servicios sociales – como la formación del capital humano- cuyo financiamiento debe descansar en tributos progresivos que de manera efectiva graven los tramos elevados de ingresos. Si no realizamos reformas tributarias progresivas, como tantas veces aquí se ha recomendado, se perderá el efecto positivo del trasiego hacia los bajos estratos de los más desposeídos.
En este Consejo están políticos y avezados hombres de Gobierno que en su experiencia saben que en ese camino deben superarse muchos intereses creados, que se requiere esfuerzo, rigor, valentía política, talento y transparencia de las políticas públicas. Ese camino no es una autopista, es un sendero montañoso.
Las condiciones culturales y estructurales propias de cada país y los problemas comunes señalaran las políticas que debe seguir la social democracia contemporánea.
El programa de Hamburgo del S.P.D. en el 2007, define concisamente la relación entre socialismo democrático y economía de mercado.
“Los mercados necesitan una configuración política y, en épocas de globalización, esta configuración debe trascender las fronteras. Para nosotros rige lo siguiente: tanta competencia como sea posible, tanto Estado regulador como sea necesario”.
Estimados compañeros; en este momento los Ministros de Finanzas de los países de la comunidad Europea están discutiendo medidas económicas para ser aprobadas en la cumbre de la próxima semana. De estas decisiones políticas dependerá el curso del temor económico que afecta a Europa.
En los últimos ochenta años varias contracciones económicas y dos depresiones han tenido lugar en el mundo. Ambas presentan un paralelismo, aunque sus negativos efectos han sido de grado desempleo europeo y americano ha estado alrededor del 10% en la presente crisis, mientras que llegó hasta 25% en la Gran Depresión.
También difieren en cuantía los estímulos económicos con que los gobiernos de E.E.U.U. de entonces y de ahora han afrontado la crisis. Los recortes de impuestos y las obras públicas del Presidente Hoover fueron sólo del 0,5% del P.I.B. Contrariamente, el Presidente Obama ha gastado en estímulos 2% en el 2009 y 3% en el 2010, con un déficit del 10%.
Entre sí mismos, tanto políticos como economistas difieren sobre el grado de éxito de los estímulos gubernamentales. Sin embargo, es difícil encontrar una respuesta diferente para la recuperación económica que no sea una política monetaria flexible y un programa de gasto público estimulante.
Europa tiene instituciones financieras públicas -el Banco Central Europeo y la Facilidad Europea para la Estabilidad Financiera- así como, fuertes economías que pueden desarrollar políticas que eviten una espiral descendente y más bien, empujen hacia la recuperación.
Sin flexibilidad monetaria y sin prestamista de última instancia, nos haría recordar los duros tiempos del gold-estándar y aquellos perniciosos efectos sobre la democracia. En pocos días oiremos las importantes decisiones de la cumbre europea que ojalá deparen confianza.
¿Dónde está el gran culpable de estos retrocesos económicos? Todos los dedos apuntan al sector financiero internacional y acusan la codicia que trasunta.
En declaraciones recientes Christine Lagarde, Directora del FMI, ha dicho: “(…) las instituciones financieras han cometido errores, excesos como los sistemas de compensación en la banca, mientras muchas personas estaban perdiendo sus empleos o sufrían el remate de su casa (…)”.
Con gran fuerza debemos, los socialdemócratas, ayudar e impulsar una supervisión más estricta del sistema financiero y de sus facultades para crear medios de pago, así como de las calificadoras que, en muchos casos sin objetividad, degradan a los países o maquillan la información.
Una observación objetiva del pensamiento y el debate socialdemócrata moderno, desvanece la injusta afirmación de que nuestros partidos sean similares a aquellos conservadores o neoliberales.