Closing of the meeting by President of the Spanish Government, Pedro Sánchez, Secretary General of the PSOE and SI Vice-President

Meeting of the SI Council in Santo Domingo 28-29 January 2019

 

Canciller Vargas,

Presidente de la Internacional Socialista,

Secretario General de la IS,

Presidenta de la Internacional Socialista de Mujeres, Miembros del Presidium,

Delegados y delegadas de la Internacional Socialista,

Compañeros y compañeras del PRD:

 

Somos socialistas y estamos clausurando el Consejo de la Internacional Socialista. Pero… ¿Cómo se sabe que somos socialistas?

¿Porque lo pone en el nombre de nuestros partidos?

¿Porque nos enardecemos escuchando La Internacional?

¿Porque nuestra bandera es roja y tiene el puño y la rosa en el centro?

¿Porque leemos a Willy Brandt o a otros socialistas fundamentales?

¿Somos socialistas porque hacemos proclamas diciendo que luchamos por el pueblo?

No. No somos socialistas por ninguna de esas cosas. Somos socialistas porque defendemos la libertad de los débiles.

Quien no defienda la libertad, da igual que pertenezca a un partido que se llame a sí mismo socialista, que se vista entero de rojo y que clame a voz en grito... Da igual… Quien no defienda la libertad, repito, no es socialista.

Hace ya casi un siglo, un gran socialista español llamado Fernando de los Ríos viajó a Moscú. Iba a ver de primera mano lo que pasaba en la Rusia revolucionaria, y tuvo una larga conversación con el líder del nuevo Gobierno soviético.

Fernando de los Ríos le contó lo que los socialistas españoles querían para la España de aquel tiempo, que era una España atrasada y pobre. Los socialistas querían libertad, le dijo.

El líder de aquel país le miró extrañado y le preguntó "¿Libertad? ¿Para qué?".

Y Fernando de los Ríos no dudó en su respuesta: "Libertad para ser libres", le dijo.

Libertad para ser libres.

Quien contrapone socialismo y libertad, quien responde con balas y con prisiones a las ansias de progreso y democracia, es un tirano. Se llame como se llame su partido, lleve el escudo que lleve, enarbole la bandera que enarbole y cante los himnos que cante.

Los venezolanos tienen hoy que sentir el aliento de esta Internacional. Tienen que sentir que su lucha por la democracia y el progreso es la razón de ser de nuestros partidos, y que, por tanto, siempre estaremos con ellos.

Los nicaragüenses tienen que sentir el mismo aliento. Nuestra misma solidaridad con sus esperanzas de cambio pacífico y democrático.

Los venezolanos y los nicaragüenses tienen que saber que quienes les gobiernan no son socialistas.

No hay socialismo sin libertad. No se protege al pueblo de sí mismo: se le protege dejando que se exprese con libertad. Demasiadas veces hemos tolerado tiranías disfrazadas de socialismo. Demasiadas veces.

El Partido Socialista Obrero Español, al que represento hoy -y no me cabe duda de que todos los partidos aquí reunidos-, nos sentimos felices cuando en un país gobiernan los socialistas. Pero sólo si esos socialistas defienden la libertad para ser libres.

La libertad y la igualdad siguen siendo nuestras señas, y lo serán siempre. Nunca una sin la otra. Nunca antes una que la otra.

La izquierda radical se empeña en la igualdad a toda costa, aunque haya que sacrificar la libertad. La derecha neoliberal se empeña en la libertad a toda costa, aunque eso obligue a crear sociedades absurdamente desiguales.

¿Sabéis cuál es el resultado? Que ni los primeros consiguen la igualdad ni los segundos consiguen la libertad (salvo para ellos mismos). Libertad e igualdad son socialismo. Y no son negociables.

Amigas y amigos,

Para un socialista español, venir a Latinoamérica es siempre algo muy especial. Nos unen muchas cosas, muchos vínculos comerciales, históricos y culturales. Pero sobre todo nos unen los afectos.

No quiero que esto sea una declaración retórica, sino una confesión verdadera de afecto. José Martí

decía que “todo está dicho ya, pero las cosas, cada vez que son sinceras, son nuevas”.

Mi partido, el Partido Socialista Obrero Español, celebra este año su 140 aniversario, y lo celebra desde el Gobierno.

Hace menos un año, algunos decían que nunca volveríamos al Gobierno, que los partidos socialistas están en retroceso en muchas partes del mundo. No es verdad.

No nos dejemos atrapar por el pesimismo de quienes nos quieren pesimistas. Estamos aquí para gobernar.

Cuando el PSOE se fundó, en 1879, en España y en todo el mundo las cosas eran muy distintas, sin duda. Pero hay algunas cosas que no han cambiado y que nos obligan a permanecer aquí.

A finales del siglo XIX, dos revoluciones industriales habían transformado el mundo. Había un cambio de paradigma en todos los frentes.

En apenas unos años, el caballo, el correo de postas y la lámpara de aceite dieron paso al tren, al coche, al telégrafo y a la electricidad.

El trabajo manual, los artesanos y los campesinos quedaron relegados por los obreros de las fábricas, que trabajaban sin descanso en condiciones miserables. El mundo, entonces, igual que hoy, se dividió.

Estaban aquellos que, a lomos de un progreso material impulsado por la ciencia, la técnica y la nueva organización del trabajo, confundían su prosperidad individual con la de todos, veían el futuro a través de las gafas de su euforia y exigían resignación a los trabajadores, los campesinos y los excluidos.

La desigualdad, decían, era un peaje necesario al que no había que prestar demasiada atención.

Así son los neoliberales de nuestros días.

Estaban, por otro lado, aquellos que veían horrorizados todos los cambios que ponían en peligro viejos privilegios de clase, y que sólo a regañadientes cedían en sus pretensiones. Eran los del ‘que todo cambie para que todo siga igual’.

Así son los conservadores de nuestros días.

Estaban también los que querían romper las instituciones y las reglas. Los que querían alcanzar bienestar y protección a cambio de libertad. A un lado y a otro del espectro político. Eran esos a los que el viejo socialista español enseñó el valor irrenunciable e innegociable de ser libres.

Así son los populistas y los nacionalistas excluyentes de nuestros días. Pero en aquellos tiempos estaban también los socialistas.

Socialistas que luchaban por la dignidad del trabajo, por los derechos de todos los ciudadanos. Que pedían el derecho al voto, días de descanso laboral y salarios justos.

Socialistas que luchaban junto a los sindicatos por aumentar el poder de los trabajadores y por un reparto equitativo de la riqueza para detener la desigualdad.

Esos éramos nosotros. Los socialistas. Teníamos la razón entonces, como la historia ha ido demostrando, y la tenemos ahora.

Los socialistas no estamos en crisis, compañeras y compañeros. Seguimos siendo los que defendemos las cosas que hay que defender: la libertad, la igualdad y la solidaridad. Sin dogmatismos.

Lo digo hoy aquí, en la Internacional Socialista, y lo dije la semana pasada en Davos, en el foro en el que se reúnen los poderes económicos más importantes del mundo: Los progresistas somos los únicos que estamos creando ideas de verdad para transformar el mundo.

Los únicos que estamos planteando que es necesario un nuevo pacto social que garantice que se siga creando riqueza, que se avance en derechos y que se termine con la exclusión.

Lo digo hoy aquí y lo dije en Davos: La economía no puede estar al servicio de sí misma, sino al servicio de las personas.

Si miramos los gráficos macroeconómicos y las tasas de inversión, pero no miramos a los ojos de nuestros ciudadanos, no haremos las cosas bien.

Al entrar el siglo XX, en aquella globalización, la política se desentendió de la economía y el resultado fueron dos guerras mundiales.

En el siglo XXI, ahora, sería irresponsable ignorar el impacto político que tiene la economía. Pero así ha sucedido durante los años de la Gran Recesión.

La ceguera de las finanzas y los remedios sin anestesia de una mal entendida austeridad han creado desigualdades intolerables.

Esas desigualdades, hoy como entonces, se amparan en el cambio tecnológico y científico para exigir resignación. Con argumentos aparentemente técnicos se nos trata de imponer el argumento de que ‘así son las cosas’ y no se puede hacer nada contra ellas.

Pero sí se puede hacer algo. Se puede hacer mucho. Y para eso estamos nosotros.

En Europa dicen: ‘El Estado del Bienestar no es sostenible’. ¿Pero cómo no va a ser sostenible ahora que las sociedades son mucho más ricas, si lo era en los años 70?

Mienten con números, engañan con consignas. Pero para eso estamos nosotros. Porque además sabemos que han mentido siempre.

El Partido Socialista Obrero Español tiene 140 años, y por eso tiene memoria, como la tiene la Internacional Socialista, que también nació en aquel contexto. Y, como tenemos memoria, tenemos futuro.

Los socialistas debemos ver las oportunidades sin ocultar los riesgos, las miserias, las exclusiones de los cambios que la nueva revolución digital y la globalización nos traen.

Tenemos los pies en el suelo, pero la mirada y la ambición están a la altura de nuestros principios. Amigas y amigos,

Estamos en una nueva era, en un tiempo nuevo. Hemos atravesado la peor crisis económica de la historia, y ahora tenemos la obligación de abrir una época de progreso.

 

Hemos perdido una década y ahora tenemos la obligación de recuperar esa década.

El nuevo impulso globalizador de la mano del cambio tecnológico ha traído más miedos que esperanza en grandes capas de la población del mundo.

Algo que ha tenido una traducción política clara en gobiernos y líderes que utilizan dicho miedo para ejecutar agendas políticas regresivas y reaccionarias. Para quitar derechos.

Lo vemos con crudeza en Europa, donde el próximo mayo el proyecto socialista se enfrenta a unas elecciones comunitarias cruciales.

En esas elecciones tenemos que salir a por todas. Nuestra batalla será contra el miedo, contra la incertidumbre y contra la resignación. Y contra la mentira, claro.

Hace 140 años, el futuro se percibía como un lugar en el que las cosas irían mejor. Ahora, en cambio, se repite la idea de que la siguiente generación vivirá peor que la actual. ¿Pero cómo es posible que pensemos eso, que nos resignemos a eso? El mundo es más rico y más próspero, no podemos pensar que nuestros hijos vivirán peor.

Ese es nuestro reto como socialistas: devolver la esperanza en nuestra propia capacidad transformadora como ciudadanos libres y como sociedades democráticas.

Devolver la dignidad a millones de personas que se sienten abandonadas y al albur de procesos políticos, económicos o tecnológicos que escapan a su control. Proponer y forjar un nuevo pacto social que combine los viejos anhelos con los nuevos desafíos.

Y para ello necesitamos mirar de frente y afrontar diversas fallas que van a marcar este cambio de época.

Hemos hablado del cambio tecnológico y de la globalización como factores fundamentales, como líneas de fractura entre el pasado y el futuro. Entre la nostalgia y el progreso. Y debemos tener en cuenta otros tres puntos que van a definir nuestra agenda.

1. Nos enfrentamos por un lado a un cambio demográfico, un reto que nos obliga a reformular el reparto de la riqueza para que esos Estados del Bienestar de los que acabo de hablar sean sostenibles.

Soy consciente de que la realidad en Europa es distinta de la de otros países cuyos socialistas están hoy aquí, pero el desafío es similar: algunos debéis levantar esos sistemas de protección, y otros tenemos que encontrar la forma de hacerlos sostenibles y más eficaces.

2. Afrontamos también un reto inmenso con la transición ecológica, que desde el Gobierno de España hemos asumido como una prioridad.

El cambio climático es una realidad que sólo quienes viven en la nostalgia de su Arcadia feliz o quienes mienten deliberadamente pueden negar.

Los socialistas debemos rebelarnos contra quienes contraponen economía y medioambiente. Competitividad y sostenibilidad.

Los efectos de descuidar nuestro planeta los sufren con más fuerza quienes menos tienen, quienes más desprotegidos están, y ningún socialista puede tolerarlo.

Esta transición ecológica —lo que en muchos foros ya empieza a llamarse el 'Green New Deal'— no debe darnos miedo. Según la Organización Internacional del Trabajo, por cada empleo destruido con las reformas energéticas, se crearán cuatro nuevos.

3. Y, en tercer lugar, vivimos una revolución feminista que debemos abrazar con total convicción.

Ningún proyecto se puede llamar socialista si no lucha sin desmayo por la igualdad de la mitad de la población mundial respecto a la otra mitad. Eso no es política de identidad, es justicia básica.

El siglo XXI es el siglo de las mujeres. En España lo tenemos claro, y siento orgullo de presidir el Gobierno con más mujeres del mundo. Luchemos, por favor, para que esto no sea noticia, y para que muchos más gobiernos socialistas nos hagan sentir a la vanguardia de una causa justa.

 

Alrededor de los ejes que he mencionado (cambio tecnológico, cambio demográfico, ecología, globalización y feminismo) pivota el futuro inmediato, en el que los socialistas tenemos mucho que decir.

Digámoslo. En voz alta. En todos los foros. En nuestros parlamentos, en nuestros municipios. Sin descanso.

Antes os he hablado del viejo socialista español que fue a Moscú, Fernando de los Ríos. Un socialista que defendía una concepción humanista del socialismo.

Para él, era necesario combatir una interpretación exclusivamente económica y mecánica de la vida humana.

Somos hombres y mujeres que sueñan, que comparten su vida con otros, que tenemos miedos y dudas.

Yo os invito a que persistamos en esa mirada de Fernando de los Ríos. En esa capacidad de ver al ser humano que hay detrás de cada número, de cada cifra y de cada algoritmo.

Vengo de un país, España, que ha conocido el dolor de la guerra y del exilio. Mañana visitaré México, un país hermano que fue patria de destino de tantos españoles expulsados.

Esta tierra de América Latina ha sido siempre tierra de acogida, de esperanza.

Y los socialistas tenemos que mantener vivo ese recuerdo de solidaridad cada vez que debamos gestionar las migraciones, otro de los fenómenos potenciados por el descuido negligente de la desigualdad y por el error brutal de la tiranía.

Hablando de la Guerra Civil española, Albert Camus dijo que fue allí donde su generación “aprendió que uno puede tener razón y ser derrotado, que la fuerza puede destruir el alma, y que a veces el coraje no obtiene recompensa".

Muchas veces nos ha pasado. Teníamos razón y fuimos derrotados. Nuestro coraje no obtuvo recompensa.

Pero España también conoció la reconciliación, la democracia y el progreso. Un éxito en el que los socialistas fuimos y somos fundamentales.

A veces la derrota de hoy es el cimiento del triunfo que está por venir, y esa es la certeza que debemos conservar.

Si hacemos las cosas bien, si tenemos la razón de nuestra parte, si no nos falta el coraje, tarde o temprano cambiaremos el mundo.

No renunciemos a esas palabras: cambiar el mundo. Sin buscar paraísos en la Tierra, pero con la voluntad firme de que no quede en ella ningún infierno. Eso ya supondría cambiar el mundo.

Hace más de un siglo, los socialistas de todos los puntos cardinales fundaron esta Internacional porque creían que la dignidad era consustancial a todo ser humano, sin importar su país, su raza, su sexo o su credo.

Ese mensaje es hoy más poderoso y necesario que nunca, y nos corresponde a nosotros y a nosotras luchar por él.

No se me ocurre causa más digna. Adelante, compañeros y compañeras.

Muchas gracias.